miércoles, 21 de mayo de 2014

Réplica a "La fortaleza del Capitalismo"



Queridos lectores,

El último artículo de Javier Pérez,  "La fortaleza del capitalismo", ha levantado una considerable polvareda tanto en el foro como en facebook. Algunas personas han replicado que las muchas hipótesis que implícitamente hace en él Javier son muy discutibles. Entre las numerosas críticas, he querido dar espacio para su discusión pública a dos. La primera, que publico hoy, la firma Rubén Muñoz, una persona cuya opinión tengo en estima después de seguirle desde hace algún tiempo en Facebook. La discusión y el debate están servidos.


Salu2,
AMT



Inmediatamente después de empezar a escribir este texto comprendí que reclamaba un esfuerzo muy importante; lo enormemente sintético y amplio de los temas tratados por Javier Pérez sobrepasan probablemente con mucho mis capacidades y conocimientos. Un análisis pormenorizado podría llevar miles de páginas, tomos y años de trabajo interdisciplinar. No obstante, voy a tratar de dar una visión crítica de algunos, pocos para no extenderme, puntos que Javier trató para su problematización.

Este análisis no es una retrospectiva primitivista de glorificación del pasado de los sistemas pre-capitalistas, sino que pretende identificar dónde, paradójicamente, encontramos bajo mi punto de vista la verdadera fuerza del capitalismo. Mi tesis básicamente es que, como advirtió Gramsci, su principal fuerza está en su capacidad para generar hegemonía cultural.

Metiéndonos en harina, en el primer punto, Javier desarrolla la idea de que la violencia es el principio constituyente de la legalidad. Utiliza de forma muy ilustrativa la imagen de un padre de familia defendiendo su propiedad, cuando no parece probable, por su condición nómada, que existiera algo similar a la propiedad en su concepción moderna. Creo que Javier se inspira quizás involuntariamente en la concepción de Hobbes y su Leviatán de la naturaleza humana. Una legalidad nacida para la defensa de la propiedad como principio de la civilización: así es recogida esta idea posteriormente por Smith, padre de la teoría liberal. Afirmación eurocéntrica y moderna con una base empírica más que discutible aplicada al larguísimo paleolítico.

Parece, por el contrario, mucho más plausible que la estrecha cooperación necesaria para la caza originara la emergencia de una “ética práctica” (normatividad) incluso ya en nuestros antecesores. Esta nueva forma de organización social exige una colaboración estrecha de todos los individuos, creándose así un aumento del grado de complejidad de las interacciones comunitarias. La necesidad de autoridad del macho alfa, guía y referente, sería satisfecha con el desarrollo de estructuras políticas y religiosas.  

La idea roussoniana, que aboga por la empatía como principio de un orden político, parece mucho más histórica que la de Hobbes. En este sentido apuntan diversos estudios antropológicos efectuados en grupos humanos “primitivos” actuales, que relacionan el grado de contacto físico entre padres e hijos y el grado de desinhibición sexual de forma inversamente proporcional al nivel de violencia presente en ellas ( Freud estaría encantado con esto supongo). Esto nos da también idea de cómo las interacciones intersubjetivas moldean el carácter de clanes e individuos en algunos grupos humanos como los bosquimanos, e incluso de primates como los bonobos, la violencia parece un fenómeno muy residual. Por el contrario, parece que la aparición de la propiedad a partir del excedente agrario pudo incrementar tanto el número de necesidades sociales a satisfacer como el grado de frustración a partir de la desigualdad en el reparto del excedente de estos sastisfactores producidos por la comunidad.

No trato de negar la existencia de una violencia o agresividad inherente al mono desnudo (aunque parece acreditado que raramente se dan ataques violentos con resultado de muerte en primates superiores). La agresividad forma parte, en mayor o menos medida, del universo de interacciones sociales complejas de los simios. Pongo en entredicho la violencia y, por extensión, esa competencia inmisericorde como principio fundamental de la construcción de una originaria normatividad como fundamento del hecho cultural y civilizatorio.

Javier nos habla también de la consistencia entre el capitalismo y la evolución, lo cual es aparentemente y bajo mi criterio contradictorio: ¿Si los mejores disponen de más recursos, luego son los encargados de la gestión de estos, qué extraño fenómeno nos tiene al borde de un más que probable colapso y una posible extinción a medio plazo? ¿No será que en el capitalismo “los mejores” son seleccionados por criterios contrarios a la reproducción de la vida en el planeta? ¿No suponen estos mejores, un lastre y un dispendio de recursos mayor que, por ejemplo, aquéllos que requieren de ayuda asistencial?

En dos pinceladas (simplificando en exceso): El capitalismo, por sus dinámicas internas, tiende a que el gran propietario, aún sometiéndose a la competencia, logre acumular más capital.
Muchos hoy creen ser capitalistas, emprendedores, autónomos o pequeños empresarios, y tienen la esperanza de que el sistema premie su esfuerzo y su ingenio. Pero nos encontramos ya en una fase de rendimientos decrecientes, la competencia vía precios es entonces el germen del monopolio y el mercado capitalista una vez alcanzado su “pico de subsunción de recursos y trabajo” tiende irremisiblemente a la concentración; el pez gordo se come al pequeño. Así el 1% acumula ya casi el 50% de la riqueza mundial y ni siquiera las economías de valor añadido son ajenas a esta concentración (todo lo contrario, ya que la alta composición orgánica significa mayor dependencia de recursos materiales y energéticos). Esta tendencia insalubre ya parecen vislumbrarla economistas del mainstream como Piketty (aún sin contemplar los límites del crecimiento). Fenómeno que muy bien podríamos llamar como AMT “La Gran Exclusión”.

Así en esta apelación a la selección natural (cuyo último fin debería ser la adaptación, el mantenimiento de la vida, la supervivencia de la comunidad y, por extensión, de la especie y la recreación del entorno del que depende su supervivencia a través del trabajo) lo que realmente contiene, debido a una visión parcial, simplista y falaz de la Teoría de la Evolución, no es más que un intento de legitimar el modo como el sistema garantiza la reproducción, antes como crecimiento, ahora como concentración del capital, a toda costa, de forma irracional, mercantilizando cualquier esfera y socavando cualquier criterio ético o normatividad que lo contradiga.

Por el contrario, como he sugerido antes, existen normas críticas respecto a la desigualdad y la pobreza desde los albores de la historia de la humanidad, dirigidas a mantener la cooperación y la cohesión necesaria para la supervivencia de los grupos humanos. Incluso en sociedades desiguales, de castas o estamentales: Pueblos como los incas, que construyeron un imperio, no tienen en su vocabulario una palabra para designar la indigencia (lo que nos sugiere que era un hecho desconocido para ellos) o como dice el código de Hammurabi: “Yo he hecho justicia con el pobre”.
Nos encontramos que el capitalismo, con su fetiche libre-mercantil, al negar cualquier normatividad crítica con la desigualdad (también con la sostenibilidad a pesar de la socialdemocracia y del BAU verde), es un fenómeno histórico totalmente revolucionario.

Para entender hasta que punto es así, pese a que algunos de sus elementos aparecen en sistemas económicos anteriores (p.ej., el mercado como criterio de cualquier orden común. - los romanos tenían salario, en Mesopotamia existía el plusvalor, etc...) hay que ir a Mandeville, a su crítica de los valores medievales-aristotélicos y su defensa de los vicios propios. Vicios propios de la nueva clase social burguesa (la codicia, el egoísmo), que Smith (recordemos que era un ético y no un economista) convierte en virtudes a través de su mano invisible, eludiendo así la evidente contradicción respecto a los valores de cualquier sistema de creencias anterior y el cristianismo (recordemos el episodio bíblico en el que Jesús echa a los mercaderes del templo o la prohibición de la usura y el interés compuesto en la mayoría de pueblos medievales y de la antigüedad). Incluso en aquellos en los que no existía esta prohibición estaba expresamente regulada: volvamos al código de Hammurabi: “Si un hombre ha estado sujeto a una obligación que conlleva intereses y si la tormenta ha inundado su campo y arrebatado su cosecha, o si, carente de agua, el trigo no creció en el campo, este año no dará trigo al acreedor, sumergirá en agua su tableta y no dará el interés de este año”.

Después de Smith llegó Hayek, llevando aún más lejos esta idea: El mercado es un ente incomprensible e ingobernable, y debe situarse en el centro de todo orden humano por encima de cualquier consideración ética o consenso. Y en éstas estamos, experimentando las consecuencias sociales y ambientales de unos planteamientos meramente ideológicos, que no parecen tener mucho que ver con la naturaleza humana ni con ninguna finalidad evolutiva, teniendo en cuenta la tendencia a la autoreproducción de la vida que en general observamos en la naturaleza, sino que más bien parecen seguir la lógica de unos intereses de clase.

Aquéllos que defienden que este sistema es el mejor de los posibles, a menudo alegan que no existen alternativas completas y concretas; sin embargo, tenemos que ser conscientes de que las alternativas ya están sucediendo en muchas partes. El capitalismo no sucedió de un día para otro, nunca fue presentado como alternativa completa al feudalismo. Surgió como producto de un proceso económico y político en el devenir histórico. De la misma manera, emergerá la alternativa, como síntesis, a partir de un universo de nuevas experiencias críticas con el sistema; por ejemplo, aquéllas basadas en la creación de redes de comunidades con propiedad común mediante planificación local buscando la resilencia y la cohesión social ante un más que previsible colapso. Está en nuestras manos tomar este último tren...

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